Martín Vásquez Villanueva - @martinvasquezv
En estos días se habla mucho de la muerte, se la representa y se la ensalza alegóricamente, pero no hay que perder de vista que el Día de Muertos es sobre todo una celebración de la vida. Los altares floridos son una manera simbólica de dar vida a nuestros muertos queridos, nuestros fieles difuntos, y al brindar por ellos en realidad estamos brindando por la vida que tuvieron y por la vida que todavía tenemos nosotros.
En estos días Oaxaca vive de nuevo, uno camina por las calles y están pletóricas de turistas, los restaurantes están llenos y la creatividad como que ha salido más a flote en los adornos de las casas y los comercios. Se respira un ambiente de esperanza, tras los largos meses de zozobra.
Como una celebración de la vida y la esperanza, precisamente, hoy termina la serenata que quise dedicarle durante todo el mes de octubre a las mujeres que han sufrido cáncer de mama: las que lo han sobrevivido, las que siguen luchando, las que lamentablemente perdieron la batalla. Subí a redes sociales piezas musicales de diferentes épocas y de muy diversos géneros, todas ellas con mensajes de fe en la vida.
Luciano Pavaroti cantando el aria Nessum Dorma, nadie duerma, de la ópera Turandot de Puccini: “¡Noche, disípate! ¡Estrellas, ocúltense! ¡Estrellas, ocúltense! ¡Al alba venceré! ¡Venceré! ¡Venceré!” Después Louis Armstrong cantando What a Wonderful World, qué mundo tan maravilloso: “Veo cielos de azul, y nubes de blanco / El bendito día luminoso y la oscura noche sagrada / Y pienso para mí, ¡qué mundo tan maravilloso!” Astor Piazzola dedicándole una milonga a un ángel que sanaba el espíritu de sus vecinos, Edith Piaf cantando que no se arrepiente de nada en Non, je ne regrette rien, y Joan Manuel Serrat recordándonos que en Aquellas pequeñas cosas que nos rodean habita nuestra memoria y el sentimiento de los tiempos idos. Júpiter, el portador de la alegría, séptimo movimiento de la suite sinfónica Los Planetas, del compositor británico Gustav Holst, cerró este primer ciclo de seis entregas.
Luego vinieron otras piezas muy hermosas. El Dueto de las flores, de la ópera Lakmé, de Léo Delibes, para soprano y mezzo-soprano: “Bajo la espesa cúpula donde el jazmín blanco y la rosa van juntas, / sobre la ribera florida, risueñas en la mañana, ven, vayamos juntas”; el Vals No. 2 de Dimitri Shostakovich, inspirado en aquella canción popular española que dice: “Yo de daré / te daré, niña hermosa / te daré una cosa / una cosa que yo solo sé: / café”; la Canción de la luna, aria de la obra Rusalka, de Antonín Dvořák, donde la ninfa-mujer que ha sido traicionada eleva al bello satélite su desesperación: “¡Luna, detente un momento y dime dónde se encuentra mi amor!”. Dediqué una tríada de piezas a mostrar la fusión de la tradición oriental con las formas musicales occidentales: Bright Eyes (ojos brillantes), de Anoushka Shankar, Hosianna Mantra, del grupo alemán de rock experimental Popol Vuh, y My Sweet Lord, el himno devocional abierto e incluyente de George Harrison. Completan la lista Insensatez, una pieza para piano del gran compositor brasileño Antonio Carlos Jobim; Mali Dje, un imponente blues del guitarrista, cantante y compositor maliense Ali Farka Touré; Now’s the Time, es tiempo, del excelso saxofonista y compositor de jazz Charlie Parker; Ol’ Man River, el viejo Mississippi, en la voz portentosa del bajo profundo, actor y activista estadounidense Paul Robeson; y la Sinfonietta de José Pablo Moncayo, no tan famosa como su célebre Huapango pero igualmente exquisita.
Hoy, para bajar el telón a esta serenata “en clave rosa”, como la bauticé en un artículo anterior, ofrezco Nessun Magior Dolore, aria de Otelo, la ópera que compuso Gioacchino Rossini inspirado libremente en la tragedia shakespeariana homónima. Es el tercer acto, ha anochecido y Desdémona se encuentra en su habitación, triste y desolada, en compañía de su fiel Emilia. Su padre la odia y Otelo, que ha sido exiliado de Venecia, la cree infiel, injustamente. Los versos que canta un gondolero en la lejanía la hacen entristecer aún más: nuestro mayor dolor es recordar los tiempos felices que se han ido, mientras vivimos en la desventura.
Brindemos entonces por el amor, como decía siempre mi mamá, a quien recuerdo en estos días de nuestros queridos difuntos. Brindemos por la esperanza. Brindemos por la vida.
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