Martín Vásquez Villanueva
En Oaxaca julio se nombra con justeza “mes de la Guelaguetza”. Ya se fue la primera mitad del año y nuestra fiesta mayor comanda el mes entero, primero con los febriles preparativos y la gran expectación, y luego, en los dos últimos lunes, con la magna representación. Siempre me conmueve atestiguar cómo el pueblo oaxaqueño se encuentra consigo mismo en su gran diversidad, su música del alma, su colorido espectacular y su propio cuerpo en las manifestaciones dancísticas. Ya lo he dicho aquí mismo de otras maneras: la Guelaguetza es la cristalización del alma oaxaqueña.
Pero el julio de Oaxaca también tiene otras cosas. Comienza esta ola de calor y sequedad que coincide con la aparición en el horizonte nocturno de la constelación del Can Mayor y de ahí su nombre: canícula. El día 3 se le pide a Santo Tomás que interceda por la lluvia y el día 16 se celebra la fiesta de la Santísima Virgen del Carmen, con su verbena y su sincretismo con los ritos ancestrales en honor de Centéotl, la diosa prehispánica del maíz y la agricultura.
Hace una semana, el lunes 18, se celebró el 150 aniversario de la muerte del prócer oaxaqueño por antonomasia, Benito Juárez. “Se recostó en su cama a las 11:25 P.M. —publicaría al día siguiente de la muerte el periódico El Federalista—, por el lado izquierdo descansó su cabeza sobre su mano, no volvió a hacer movimiento alguno, sin agonía, sin ningún padecimiento aparente exhaló su último suspiro […] El doctor Barreda incendió un fósforo y lo acercó a los ojos del señor Juárez para ver si la intensidad de la luz imprimía movimientos a las pupilas. No quedaba esperanza, el señor Juárez había muerto.” El acta de defunción definió la causa de muerte como “neurosis del gran simpático”, término médico de la época para dar cuenta de lo que se coloquialmente se manejaba, también en la terminología de ese tiempo, como “angina de pecho”.
El 17 julio es otra efeméride de gran significación para los oaxaqueños: el nacimiento del maestro Francisco Toledo, que hubiera cumplido 82 años. Cualquier momento es bueno para recordar el legado de este gran promotor y mecenas del arte y la cultura oaxaqueños, y hoy lo que se me viene a la mente, pensando que también julio los une, es el diálogo creativo que estableció Toledo con Franz Kafka (nacido en Praga el 3 de julio de 1883). Aunque la influencia del célebre escritor checo puede rastrearse en diferentes cauces de la obra toledana, el vínculo se hace explícito en la serie de grabados que el artista oaxaqueño desarrolló en 2005 para la carpeta titulada, como el cuento de Kafka, Informe para una Academia.
Quien informa a la Academia es Pedro el Rojo, un mono, y el tema que aborda es el proceso de “humanización” que decide desplegar para librarse del encierro al que lo han tenido confinado desde su cautiverio en las selvas africanas. Debe adquirir la cultura de un europeo medio —una de las claves para lograrlo es aprender a emborracharse con aguardiente— y termina volviéndose un gran artista del escenario. Toledo extrae frases del relato y los ilustra con 15 grabados principales, aunque el despliegue total suma 60, todos magníficos. El núcleo principal se exhibió en la galería Quetzalli de Oaxaca, luego en la galería Juan Martín de la Ciudad de México y más tarde en la Davison Gallery de Seattle. La colección completa de grabados se presentó en el Festival Cervantino de ese 2005, en el Museo Casa Diego Rivera de Guanajuato, poniendo de relieve no sólo la madurez del arte oaxaqueño sino también su trascendencia y universalidad.
Julio, mes de la Guelaguetza, sí, pero sobre ese pivote también mes del orgullo oaxaqueño.
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