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Opinión

¡Feliz Navidad! - Martín Vásquez Villalnueva @martinvasquezv



Martín Vásquez Villanueva


Como cada año en estas fechas, nos aprestamos a celebrar la Navidad. Pero en realidad, ¿qué celebramos? A veces siento que se nos olvida el sentido profundo de esta magna fecha de la Cristiandad, ya sea por la patente secularización de los festejos, que se equiparan tan sólo a unos días de asueto y la estancia en algún centro vacacional, ya sea por el exagerado consumismo que se ha adueñado de la época o por simple indiferencia y aun rechazo ante todo lo que implique voltear a ver la propia espiritualidad.


Recuerdo con gran cariño la época navideña en mi natal Tehuantepec, donde los niños cantábamos la rama. “Ya llegó la rama / quítense el sombrero / porque en esta casa / vive un caballero…” Las posadas con sus piñatas de siete picos, las figuras de barro, el musgo y el heno de los nacimientos, las esferas en el árbol, la cena de Nochebuena, los regalos…


Ahora me acerco al misterio de la Natividad leyendo los villancicos de Sor Juana Inés de la Cruz y escuchando algunas de las musicalizaciones que se les han hecho. Todos los villancicos de nuestra Décima Musa son maravillosos, algunos solemnes y otros alegres y graciosos, pero hoy quiero compartir, anticipando los festejos de este fin de semana, fragmentos de uno en particular, correspondiente a los llamados “atribuibles”: el segundo del Primero Nocturno, de los “Villancicos de la Natividad de Cristo Señor Nuestro, que se cantaron en la Santa Iglesia Catedral de la Puebla de los Ángeles el año de 1678”.

Dice el Estribillo:


Niño Dios, que lloras naciendo:

perlas y flechas tus lágrimas son;

con las perlas redimes mis culpas,

con las flechas me hieres de amor.


Son las primeras lágrimas derramadas por el Recién Nacido en el pesebre de Belén y ya en ellas está la potencia fundamental de quien llegó para cambiar el mundo: la redención y el amor. Las imágenes poéticas no podían ser más acertadas, perlas y flechas. Las perlas simbolizan el centro místico, ocultas entre las conchas del molusco, y la sublimación del ser, por cuanto representan la transformación de un cuerpo extraño en un tesoro de belleza inigualable y gran esplendor. La flecha es un arma que simboliza la luz del poder supremo en la Antigüedad grecolatina y los rayos del sol en la cosmogonía mesoamericana, y hay que recordar que es el medio por el que Cupido (o Eros, en la mitología griega) infunde en las personas el deseo amoroso.


Todos aquellos que son padres o madres estarán de acuerdo conmigo en que ese llanto al nacer del hijo o la hija representa uno de los momentos más sublimes de la vida. Y es verdad, en esas lágrimas siente uno que está contenido todo el bien del mundo y, al enjugarlas, queda uno prendado para siempre de un amor que simplemente no tiene paralelo. El misterio del Señor vive en cada uno de nosotros.


Llora, llora, que el llanto,

partido en dos efectos diferentes,

hace que crezcan tanto

que perlas se admiren y flechas ardientes.

¡Oh inaccesible Grandeza de Dios!

Con las perlas redimes mis culpas,

con las flechas me hieres de amor.


[…]


Corre el lamento río

hasta salir de madre en fuentes claras,

y es tal su poderío,

que a un tiempo perlas son y flechas raras.

¡Oh sabiduría infinita de Dios!

Con las perlas redimes mis culpas,

con las flechas me hieres de amor.


Se acerca la Navidad y quiero recuperar su significado más profundo de redención personal y amor al prójimo, de paz y amistad, de concordia. Es una fecha ideal para dejar atrás rencillas y desencuentros familiares, para acercarnos a nuestras personas queridas y recordarles cuánto las amamos, para hermanarnos en la búsqueda del bien común.


Desde este espacio semanal les deseo a todos ustedes, queridas lectoras y querido lectores, una muy feliz Navidad. “Ya se va la rama / muy agradecida / porque en esta casa / fue bien recibida.”


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