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Redacción

Homenaje a una diva- Martín Vásquez Villalnueva @martinvasquezv


Martín Vásquez Villanueva


Un amigo que es gran conocedor del cine, me envió este fin de semana un video alusivo a la gran actriz vienesa Romy Schneider, con motivo de que el sábado, día 23 de septiembre, era el día de su cumpleaños y que en mayo de este año se cumplió el 40 aniversario de su temprana y desgraciada muerte. Inspirado en ese video que me envió mi amigo y como un remanso en el caudal de noticias inquietantes que suelen acompañar nuestras jornadas —violencia, problemas de basura, sismos y un largo etcétera—, he decidido ocupar este espacio el día de hoy con un homenaje a quien supo iluminar, con su belleza, carisma y talento, la vida de toda una generación.


Confieso, primeramente, una fascinación adolescente con Romy Schneider, al verla actuar en la segunda entrega de la trilogía de películas sobre la emperatriz de Austria y Reina de Hungría, Isabel de Baviera, dirigidas por el cineasta austriaco Ernst Marischka. Filmada en 1956, Sissy Emperatriz convirtió a la entonces jovencísima actriz en una auténtica celebridad internacional. Cuando yo vi la película, a finales de la década de 1970, Romy me pareció el epítome de la belleza y con los años me fui adentrando en su gran trayectoria actoral.


En 1958, alrededor de la filmación de Amoríos, del director francés Pierre Gaspard-Huit, en la que compartieron los roles estelares, Schneider, de apenas 20 años pero ya muy famosa, comenzó con Alain Delon un romance que se volvería legendario. Fue una relación tórrida y turbulenta —marcada por las constantes infidelidades de quien se iba convirtiendo en el símbolo sexual masculino de la época—, que terminó abruptamente y de mala manera cinco años después cuando, al regresar a París después de una temporada de filmación en Hollywood, lo que ella encontró en su casa vacía fue un ramo de rosas y una carta de despedida: “Me voy a México con Nathalie. Mil cosas.” Aunque no perdieron la amistad y volvieron a compartir roles en otras tres o cuatro películas, la ruptura la marcó para siempre y hay quien dice que le destrozó la vida. Al paso de los años Delon, el mujeriego irredento, declararía que en realidad Romy había sido el amor de su vida.


En 1961 Romy Schneider fue dirigida por Luchino Visconti en el fragmento “El trabajo”, de Bocaccio 70, un experimento fílmico inspirado en el Decamerón y en el que también colaboraron Federico Fellini, Vittorio de Sica y Mario Monicelli, como directores, y Sofía Loren y Anita Ekberg compartiendo marquesina. En esta película Romy aparece en una secuencia de desnudo que hizo época.


Un año después Schneider fue invitada por Orson Welles a alternar con Anthony Perkins, Jeanne Moreau y él mismo en El proceso, su adaptación fílmica de la novela homónima de Kafka, en lo que significó la consagración actoral de Romy y su distanciamiento definitivo del papel de Sissy, que había aprendido a detestar, si bien una década después el propio Visconti la convencería de volver a adoptarlo en la película Luis II de Baviera (Ludwig). En una filmografía que suma 63 películas, la dirigirían también directores tan connotados como Joseph Losey (El asesinato de Trotsky, 1971, filmada en México), Claude Chabrol (Inocentes de manos sucias, 1974), Costa-Gavras (Una mujer singular, 1979) y Bertrand Tavernier (Una muerte en directo, 1979), entre otros. En 1975 y 1978 fue galardonada con el premio César a la mejor actriz (el Oscar francés), por su actuación, respectivamente, en Lo importante es amar, del polaco Andrej Zulawski, y Una vida de mujer, de Claude Sautet, quien la dirigió en un total de cinco películas.


Una vida brillante y plena en lo profesional, pero triste y aun trágica en lo personal. En 1972 Romy se separó de su primer marido y padre de su hijo David, el actor de cine y director de teatro alemán Harry Meyen, que terminaría suicidándose unos años más tarde, acosado por los fantasmas de su reclusión en un campo de concentración nazi. Ella se casó nuevamente en 1975, con el guionista franco-italiano Daniel Biasini, con quien, después de perder un embarazo, tuvo a su hija Sarah, pero lo que sigue son años de alcoholismo y depresión y el matrimonio se termina yendo a pique.


Intentos de desintoxicación, fractura de un pie, cirugía de riñón por un cáncer incipiente… pero el golpe final a la vida de Romy Schneider ocurrió el 5 de julio de 1981: su hijo David, de 14 años, quiso escalar las rejas de la casa de sus parientes paternos, con quienes había decidido irse a vivir, pero en el intento resbaló y una de las rejas le atravesó el abdomen, seccionándole la aorta. Romy no pudo con esa muerte y ella misma murió diez meses después, la noche del 29 de mayo de 1982, por causas que no llegaron a dilucidarse aunque no se descartó el suicidio.


Larga vida a esta entrañable, talentosa y bella actriz, austriaca por nacimiento y francesa por adopción. Pienso que a los lectores más jóvenes, que tal vez ni siquiera hayan oído hablar de ella, les habrá interesado tener noticia de una de las grandes divas de la pantalla grande de las décadas de 1960 y 1970, con la recomendación de que revisen su extensa filmografía, que con toda seguridad les va a entretener.

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