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Redacción

Recuerdos de Tehuantepec - Martín Vásquez Villanueva @martinvasquezv


Recientemente hice un recorrido por Santo Domingo Tehuantepec y los recuerdos se me agolparon. Los episodios de mi infancia se juntaron con la figura de tantas personas y con la memoria de cuando fui presidente municipal de ésa, mi ciudad natal, entre el 1º de enero de 2002 y el 31 de diciembre de 2004, el verdadero comienzo de una carrera de servicio público que no deja de apasionarme.


Lo primero que me recibió al llegar fue, como a todo viajero que se acerca a la ciudad, la estatua monumental de la Mujer Tehuana, de acero inoxidable y siete metros de altura, obra el escultor mexiquense Miguel Hernández Urban, discípulo de David Alfaro Siqueiros y José Chávez Morado. Y recordé a mi querida madre, doña Sofía Villanueva Reyes, que fue quien la gestionó, primero, y después, pocos meses antes de morir, la entregó al pueblo de Tehuantepec. Me cuentan que en la mañana se ha convertido en un punto de actividad comercial, un sitio de taxis, un centro de descarga de los productos que se van al mercado.


Ligado a este recuerdo también está en mi memoria el recuerdo de cómo se hizo la glorieta para facilitar el acceso a Tehuantepec y, a la inversa, las salidas a Salina Cruz y a Oaxaca, una encrucijada que antes se caracterizaba por ser muy peligrosa y provocar numerosos accidentes vehiculares. Alguien que siempre creyó en mí fue el licenciado José Murat, Gobernador constitucional de Oaxaca en aquel entonces, y al comenzar mi gestión en la presidencia municipal le pedí que apoyara a mi pueblo. Nos apoyó con varias obras importantes y una de ellas fue precisamente el bulevar de acceso a Tehuantepec, que luego un periodista le puso el sobrenombre de “La Panzona”. Y la gente decía: “Cómo le van a hacer. Cuando venga la primera creciente del río, lo va a tirar.” Recuerdo los cientos, miles de viajes de los camiones de volteo acarreando tierra y piedras para ganarle al río, materiales provenientes de uno de los cerros cercanos al barrio de Lieza, cuyos comuneros apoyaron el proyecto de manera proactiva y generosa. Eso es gobernanza. Las grandes obras se hacen cuando la voluntad política se acompaña de una armonía y una voluntad social. Y ahí está la obra del bulevar, que no ha tenido ningún daño en casi 20 años.


Me adentré en Tehuantepec y visité el Callejón del Faro, donde nací. Así como Antonio Machado decía: “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla”, mi infancia son recuerdos de un patio del barrio del Laborío y del río Tehuantepec, cuando todos los niños regresábamos con los ojos rojos de tanto nadar. Nos tirábamos al río crecido desde los postes que sostienen donde pasa el ferrocarril. Todavía se ven los fierros del puente viejo que tiró la crecida de 1944 y ahora lo novedoso es un bordo de protección que se tiene para que ya no haya inundaciones. Empecé a recordar a todos los que vivían en cada casa de ese callejón en donde yo nací y me acordé de tantas personas que se han ido. Así es la vida, un río por donde nunca pasa la misma agua.


Recuerdo que pintaba las bardas y ponía: “Por un hospital digno.” ¿Por qué “por un hospital digno”? Un domingo de julio de 2001, tiempos de campaña, mi madre se me estaba muriendo en los brazos. De repente se empezó a sentir mal y se me escurría su cuerpo, abrazándola yo, inerte. Era un domingo y no encontraba un médico por ningún lado, hasta que por fin encontré al doctor Raúl Gutiérrez Santos, quien por cierto fue presidente municipal interino en algún momento. Me pidió que llevara a mi madre a una clínica, cuyo nombre aún recuerdo, la Clínica San Francisco, y el diagnóstico fue que una crisis de hiperglucemia le había provocado un infarto cerebelar, que afortunadamente pudo controlarse y sólo dejó algunas secuelas leves.


Se me agolparon los recuerdos, como digo, y pensé en el viejo centro de salud que estaba a un lado de la Casa de la Cultura, que es el exconvento dominico del siglo XVI, Rey Cosijopi. Era un centro de salud muy pequeño donde atendían de todo, partos, cirugías, literalmente de todo y con recursos escasos, y en ese tiempo de que hablo pudimos hacer un hospital que es ahora regional y atiende todas las especialidades.


Los recuerdos también son espejos del porvenir y advierten que todo tiene una razón de ser y que todo es una cuestión de lucha, gestión, búsqueda, perseverancia. Nadie puede solo, nadie, y ese es el principio básico de la gobernanza. Todos los actores tienen que aportar y si en mi gestión como presidente municipal conté con el apoyo del Gobernador, también conté con el consenso interno de los regidores y con el consenso externo de los mercados, los transportistas, etc., nunca con un conflicto que no hubiera podido atender de inmediato. En las calles de mi infancia y de mis seres queridos y del comienzo de mi carrera de servidor público encontré no sólo nostalgia del tiempo que se ha ido sino también aliento y esperanza de cara al porvenir común de nuestro Oaxaca querido.

 

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